¿En qué consiste?

Siendo el pan una comida que nos sirve de alimento y se conserva guardándole, Jesucristo quiso quedarse en la tierra bajo las especies de pan, no solo para servir de alimento a las almas que lo reciben en la sagrada Comunión, sino también para ser conservado en el sagrario y hacerse presente a nosotros, manifestándonos por este eficacísimo medio el amor que nos tiene. En toda forma de culto a este Sacramento hay que tener en cuenta que su intención debe ser una mayor vivencia de la celebración eucarística. Las visitas al Santísimo, las exposiciones y bendiciones han de ser un momento para profundizar en la gracia de la comunión, revisar nuestro compromiso con la vida cristiana; la verificación de cada uno ante la Palabra del Evangelio, el asomarse al silencioso misterio del Dios callado… Esta dimensión individual del tranquilo silencio de la oración, estando ante él en el amor, debe impulsar a contrastar la verdad de la oración, en el encuentro de los hermanos, aprendiendo también a estar ante ellos en la comunicación fraternal.

Fuente ACI Prensa

La virgen adorando la eucaristía

La virgen adorando la eucaristía

La adoración eucarística es aquella oración litúrgica que se realiza frente al Santísimo Sacramento cuando éste es expuesto para ello. Es practicada por las iglesias Católica, Ortodoxa, Copta, Anglicana y por algunas denominaciones Luteranas. Cuando la adoración es constante, o sea 24 horas, se le llama adoración perpetua. En una parroquia, esto es hecho por voluntarios; en un monasterio o en un convento, esto es hecho por los monjes residentes o monjas.

Fuente Wikipedia

Propósito en la doctrina católica

En la tradición católica, al momento de la consagración, los elementos (o «dones» como son llamados para propósitos litúrgicos) son transformados (literalmente, transubstanciados) en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo. La doctrina católica sostiene que los elementos no son transformados espiritualmente, sino verdadera y sustancialmente transformados en su Cuerpo y Sangre, aunque los dones retienen las apariencias o “accidentes” del pan y del vino.
Ésta es una forma de la doctrina de la Presencia Real —la presencia sustancial actual y real de Jesús en la Eucaristía. En el momento de la consagración, se da lugar un doble milagro: 1) que Cristo se presente en una forma física y 2) que el pan y el vino se conviertan en su Cuerpo y Sangre. Ya que los católicos creen que Cristo está realmente presente (Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad) en la Eucaristía, le rinden culto y adoración.

Fuente Wikipedia

Breve Resumen Histórico

La práctica de la adoración tiene sus raíces en que en los monasterios y conventos la bendición del Santísimo Sacramento era una parte integral de la estructura de la vida de clausura. Desde el principio de la vida en la comunidad la Eucaristía originalmente se hacía en una habitación especial, justo afuera del altar pero separado de la iglesia donde se oficiaba la Misa. Una gran variedad de nombres se han utilizado para identificar este sitio reservado: los más comunes son pastoforium, diakonikon, secretaría o prótesis. Una de las primeras referencias inconfundibles de la utilización del Santísimo Sacramento para la adoración se encuentra en la vida de San Basilio (que murió en el 379). Basilio se dice que dividió el Pan en tres partes cuando celebraba Misa en el monasterio. Una parte la consumió él, la segunda parte se la dio a los monjes y la tercera la puso en una paloma dorada suspendida sobre el altar.1

La práctica de este tipo de adoración comenzó formalmente en Aviñón (Francia) el 11 de septiembre de 1226, para celebrar y dar gracias por la victoria obtenida sobre los cátaros en las últimas batallas que tuvieron en la Cruzada albigense. El rey Luis VII de Francia les mandó que dicho sacramento se guardara en la Cathédrale Sainte-Croix d’Orléans o Catedral de la Santa Cruz de Orleans. La gran cantidad de adoradores hizo que el Obispo, Pierre de Corbie, sugiriera que la adoración debería ser continua e incesante. Con el permiso del papa Honorio III, la idea se ratificó y continuó de esta manera prácticamente ininterrumpida hasta que el caos que se formó durante la Revolución francesa lo paró en 1792 hasta que los esfuerzos de la hermandad de los penitentes GRIS la trajeron de vuelta en 1829.1

La Madre Mechtilde del Santísimo Sacramento fue pionera en la adoración perpetua de la Eucaristía en respuesta a Père Picotte. El convento benedictino, fundado para este propósito se inauguró en Francia el 25 de marzo de 1654.2 Otra de las primeras prácticas comunes de la adoración es las Cuarenta Horas, un ejercicio de devoción en el que se reza continuamente durante cuarenta horas antes de que se celebre la Eucaristía. Se dice que empezó en Milán en mayo de 1537

Durante más de 128 años, las Hermanas Franciscanas de la Adoración Perpetua han estado rezando sin parar en EE. UU. La práctica empezó el 1 de agosto de 1878 a las 11 AM y continúa hasta la fecha.

Fuente Wikipedia

I. Eucaristía

Fuente Julio Cesar Fernández García

El sacramento que según la doctrina católica contiene el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo, bajo la apariencia del pan y de vino, es la EUCARISTÍA cuyo nombre deriva del griego EUKHARISTÍA que significa acción de gracias.

También y por extensión, se conoce al Sacramento como COMUNIÓN, SACRAMENTO DEL ALTAR, SANTISIMO, PAN DE LOS ÁNGELES, SANTÍSIMO SACRAMENTO, VIÁTICO….

Esta acción de gracias considerada como un sacrificio, la EUCARISTÍA, está estrechamente unida a la celebración de la misa como sacramento. Es el alimento espiritual para el cristiano por la comunión. La Constitución de la sagrada Liturgia del concilio Vaticano II es clara a este respecto: “Nuestro Salvador en la última cena la noche que le traicionaron, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y el sacrificio de la cruz, y confió así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de Gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” (nº 47).

La presencia real de Cristo en la Eucaristía, con toda la fe que lleva alrededor, se basa en palabras del mismo Jesucristo y es el capítulo 6 del Evangelio de San Juan, el que destaca la promesa: “El pan que yo daré es mi carne… Mi carne es verdadero manjar y mi sangre verdadera  bebida”.

Los tres evangelios sinópticos (Mt. 26, 26-29; Mc. 14 22-25; Lc. 22, 19-20) recogen las palabras de Jesús durante la última cena.

Ultima_cena

Habiendo tomado pan, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed, este es mi cuerpo…” tomó igualmente el cáliz y, dando gracias, se lo dio diciendo: “Bebed de él todos, que ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (San Pablo- I Cor II, 17-31). El dogma de la Eucaristía se sustenta en toda la tradición católica sobre todo en la enseñanza de los Padres de la Iglesia.

“La Didajé”, el escrito más importante de los Padres Apostólicos, advierte y recomienda: “reuníos el día del Señor y partid el pan y dad gracias después de haber confesado los pecados, a fin de que vuestro sacrificio (thusía) sea puro”.

San Ignacio de Antioquía nos alerta sobre el carácter sacrificial de la Eucaristía relacionándola con el altar. “Tened pues buen cuidado de no celebrar más que una sola Eucaristía, porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo, y uno solo el cáliz para la reunión de su sangre, y uno solo el altar y de la misma manera hay un solo obispo con los presbíteros y diáconos.”

San Justino Mártir estima como figura de la Eucaristía el sacrificio de flor de harina que debían ofrecer aquellos que se curaban de la lepra.  El sacrificio puro que profetizó Malaquías es, según él, “el pan y el cáliz de la Eucaristía”.

San Ireneo de Lyon pone su énfasis en que la carne y la sangre de Cristo son el “nuevo sacrificio de la Nueva Alianza” que la Iglesia recibió de los apóstoles y que ofrece a Dios en todo el mundo. Tertuliano dice  de la solemnidad eucarística que “es como estar junto al altar de Dios” y de la comunión “que es como participar en el sacrificio”.

San Cipriano enseña que Cristo “ofreció a Dios Padre un sacrificio consistente en pan y vino –el mismo que había ofrecido Melquisedec- es decir que ofreció su cuerpo y su sangre”.

San Juan Crisóstomo “Cuanta gente dice hoy “Querría ver a Cristo en persona, su cara, sus vestidos, sus zapatos; pues bien, en la Eucaristía es a Él al que ves, al que tocas, al que recibes; Deseabas ver sus vestidos y es Él mismo el que se te da no sólo para verle, sino para tocarlo, comerlo, acogerlo en tu corazón”.

San Ambrosio enseña que en el sacrificio de la misa Cristo es al mismo tiempo ofrenda y sacerdote porque “Él se sacrifica en la Tierra siempre que se ofrenda el cuerpo de Cristo” “Pues su palabra es la que santifica el sacrificio que es ofrecido”.

La Iglesia Católica abordó en el Concilio de Trento, en controversia con los protestantes, el carácter sacrificial de la misa. Sus definiciones fueron aprobadas en la sesión XXII (17 de septiembre de 1562). Su institución fue realizada por Cristo mismo al decir: “Haced esto en memoria mía”.

Las liturgias antiguas, representaciones simbólicas y epigrafías, atestiguan también la fe de los cristianos en la Eucaristía. La Iglesia ha intervenido siempre que ha habido alguna doctrina errónea en contra de la Eucaristía como la de Berengario de Tours en 1097.

El Concilio IV de Letrán, 1215, canonizó el término Transustanciación; la bula de Martín V contra Jan Hus (1418); el Concilio de Florencia (1439) y sobre todo el concilio de Trento (1545-1563) donde se definió solemnemente este dogma. La bula “Auctorem fidei” de Pío VI (1794) contra los jansenistas, el decreto de san Pío X (1905) así como Pío XII en la encíclica “Mediator Dei” que retoma la doctrina tridentina del sacrificio eucarístico, su carácter de renovación del sacrificio en la cruz, fueron grandes defensores de la institución original emanada de la Cena Sagrada.

Pablo VI en la encíclica “Mysterium fídei” dice que: “la Iglesia, en el sacrificio que ofrece, aprende a ofrecerse a sí misma como sacrificio universal”.

Por su parte, San Juan Pablo II en la encíclica “Ecclesia de Eucharistia” dice: “está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que se perpetúa por los siglos” (n. 11). Y la Constitución de sagrada liturgia del Concilio Vaticano II (1963) conforman las más nítidas reafirmaciones sobre la Eucaristía.

El Catecismo de la Iglesia Católica dice que la Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias. Por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su cuerpo que es la Iglesia.

La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo. Cristo mismo que pasó de este mundo al Padre nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a Él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su corazón, sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la vida eterna y nos une, ya desde ahora, a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los Santos.

Benedicto XVI se expresó así en la exhortación apostólica “Sacramentum Caritatis”:

“Al instituir el sacramento de la Eucaristía, Jesús anticipa e implica el Sacrificio de la Cruz y la victoria de la Resurrección”.

La Iglesia Católica afirma que el pan y el vino al ser consagrados se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, conservando los dos elementos sus accidentes (color, olor, sabor, textura, etc.). A esta conversión se le llama Transustanciación.

La Iglesia cree que Cristo todo, vivo y entero, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, está presente en ella de una forma verdadera, real y sustancial. La Eucaristía es Cristo mismo y la Iglesia adora a Cristo en este sacramento porque se destaca del resto de los sacramentos, porque estos tienen la misión de santificar pero en la Eucaristía se halla el propio autor de la santidad. La fracción del pan no divide a Cristo.

La Iglesia es comunión de los santos. Ya en la patrística, San Ignacio de Antioquía dice: “Procurad serviros con fruto de la única Eucaristía; una es, en efecto, la carne de nuestro Señor Jesucristo y uno el cáliz por la unidad de su sangre”.

Se debe usar pan de trigo y vino de vid. Pan ácimo (sin fermentar) de confección reciente. El vino no mezclado con sustancias extrañas; sólo con un poco de agua de acuerdo con una costumbre antiquísima y que alude al agua y sangre que salieron del costado de Cristo.

La Iglesia católica cree que el pan se convierte en el cuerpo y el vino en la sangre del Señor, en aquel momento de la misa que supone la Consagración en la que el sacerdote repite las palabras de Jesús: “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, “haced esto en conmemoración mía”.

Del dogma de la Eucaristía está impregnada la tradición católica, sobre todo en la enseñanza de los Padres de la Iglesia. San Ignacio de Antioquía fue un testigo en su martirio (107) del dogma de la presencia real. San Justino (165) describe la liturgia eucarística como derivada de la Santa Cena. Después otra serie de Padres proponen la enseñanza tradicional de la presencia real de Cristo y la Transustanciación, o sea la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

De la fe en los primeros cristianos nos hablan los monumentos, los simbolismos e, incluso, las catacumbas.

II. Centralidad de la Eucaristía

Desde el principio del cristianismo, la Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia. Como memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo Salvador, como sacrificio de la Nueva Alianza, como cena que anticipa y prepara el banquete celestial, como signo y causa de la unidad de la Iglesia, como actualización perenne del Misterio pascual, como Pan de vida eterna y Cáliz de salvación, la celebración de la Eucaristía es el centro indudable del cristianismo.

Normalmente, la Misa al principio se celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se generaliza la Misa diaria.

La devoción antigua a la Eucaristía lleva en algunos momentos y lugares a celebrarla en un solo día varias veces. San León III (+816) celebra con frecuencia siete y aún nueve en un mismo día. Varios concilios moderan y prohiben estas prácticas excesivas. Alejandro II (+1073) prescribe una Misa diaria: «muy feliz ha de considerarse el que pueda celebrar dignamente una sola Misa» cada día.

III. Reserva de la Eucaristía

En los siglos primeros, a causa de las persecuciones y al no haber templos, la conservación de las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión de los enfermos, presos y ausentes.

Esta reserva de la Eucaristía, al cesar las persecuciones, va tomando formas externas cada vez más solemnes.

Las Constituciones apostólicas -hacia el 400- disponen ya que, después de distribuir la comunión, las especies sean llevadas a un sacrarium. El sínodo de Verdun, del siglo VI, manda guardar la Eucaristía «en un lugar eminente y honesto, y si los recursos lo permiten, debe tener una lámpara permanentemente encendida». Las píxides de la antigüedad eran cajitas preciosas para guardar el pan eucarístico. León IV (+855) dispone que «sólamente se pongan en el altar las reliquias, los cuatro evangelios y la píxide con el Cuerpo del Señor para el viático de los enfermos».

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Estos signos expresan la veneración cristiana antigua al cuerpo eucarístico del Salvador y su fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía. Todavía, sin embargo, la reserva eucarística tiene como fin exclusivo la comunión de enfermos y ausentes; pero no el culto a la Presencia real.

IV. La adoración eucarística dentro de la Misa

Ha de advertirse, sin embargo, que ya por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los fieles, dentro de la misma celebración eucarística, signos claros de adoración, que aparecen prescritos en las antiguas liturgias. Especialmente antes de la comunión -Sancta santis, lo santo para los santos-, los fieles realizan inclinaciones y postraciones:

«San Agustín decía: “nadie coma de este cuerpo, si primero no lo adora”, añadiendo que no sólo no pecamos adorándolo, sino que pecamos no adorándolo» (Pío XII, Mediator Dei 162).

Por otra parte, la elevación de la hostia, y más tarde del cáliz, después de la consagración, suscita también la adoración interior y exterior de los fieles. Hacia el 1210 la prescribe el obispo de París, antes de esa fecha es practicada entre los cistercienses, y a fines del siglo XIII es común en todo el Occidente. En nuestro siglo, en 1906, San Pío X, «el papa de la Eucaristía», concede indulgencias a quien mire piadosamente la hostia elevada, diciendo «Señor mío y Dios mío» (Jungmann II,277-291).

V. Primeras manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa

La adoración de Cristo en la misma celebración del Sacrificio eucarístico es vivida, como hemos dicho, desde el principio. Y la adoración de la Presencia real fuera de la Misa irá configurándose como devoción propia a partir del siglo IX, con ocasión de las controversias eucarísticas. Por esos años, al simbolismo de un Ratramno, se opone con fuerza el realismo de un Pascasio Radberto, que acentúa la presencia real de Cristo en la Eucaristía, no siempre en términos exactos.

Conflictos teológicos análogos se producen en el siglo XI. La Iglesia reacciona con prontitud y fuerza unánime contra el simbolismo eucarístico de Berengario de Tours (+1088). Su doctrina es impugnada por teólogos como Anselmo de Laón (+1117) o Guillermo de Champeaux (+1121), y es inmediatamente condenada por un buen número de Sínodos (Roma, Vercelli, París, Tours), y sobre todo por los Concilios Romanos de 1059 y de 1079 (Dz 690 y 700).

En efecto, el pan y el vino, una vez consagrados, se convierten «substancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo, nuestro Señor». Por eso en el Sacramento está presente totus Christus, en alma y cuerpo, como hombre y como Dios.

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Estas enérgicas afirmaciones de la fe van acrecentando más y más en el pueblo la devoción a la Presencia real.

Veamos algunos ejemplos. A fines del siglo IX, la Regula solitarium establece que los ascetas reclusos, que viven en lugar anexo a un templo, estén siempre por su devoción a la Eucaristía en la presencia de Cristo. En el siglo XI, Lanfranco, arzobispo de Canterbury, establece una procesión con el Santísimo en el domingo de Ramos. En ese mismo siglo, durante las controversias con Berengario, en los monasterios benedictinos de Bec y de Cluny existe la costumbre de hacer genuflexión ante el Santísimo Sacramento y de incensarlo. En el siglo XII, la Regla de los reclusos prescribe: «orientando vuestro pensamiento hacia la sagrada Eucaristía, que se conserva en el altar mayor, y vueltos hacia ella, adoradla diciendo de rodillas: “¡salve, origen de nuestra creación!, ¡salve, precio de nuestra redención!, ¡salve, viático de nuestra peregrinación!, ¡salve, premio esperado y deseado!”».

En todo caso, conviene recordar que «la devoción individual de ir a orar ante el sagrario tiene un precedente histórico en el monumento del Jueves Santo a partir del siglo XI, aunque ya el Sacramentario Gelasiano habla de la reserva eucarística en este día… El monumento del Jueves Santo está en la prehistoria de la práctica de ir a orar individualmente ante el sagrario, devoción que empieza a generalizarse a principos del siglo XIII» (Olivar 192).

VI. Aversión y devoción en el siglo XIII

Por esos tiempos, sin embargo, no todos participan de la devoción eucarística, y también se dan casos horribles de desafección a la Presencia real. Veamos, a modo de ejemplo, la infinita distancia que en esto se produce entre cátaros y franciscanos. Cayetano Esser, franciscano, describe así el mundo de los primeros:

«En aquellos tiempos, el ataque más fuerte contra el Sacramento del Altar venía de parte de los cátaros [muy numerosos en la zona de Asís]. Empecinados en su dualismo doctrinal, rechazaban precisamente la Eucaristía porque en ella está siempre en íntimo contacto el mundo de lo divino, de lo espiritual, con el mundo de lo material, que, al ser tenido por ellos como materia nefanda, debía ser despreciado. Por oportunismo, conservaban un cierto rito de la fracción del pan, meramente conmemorativo. Para ellos, el sacrificio mismo de Cristo no tenía ningún sentido.

«Otros herejes declaraban hasta malvado este sacramento católico. Y se había extendido un movimiento de opinión que rehusaba la Eucaristía, juzgando impuro todo lo que es material y proclamando que los “verdaderos cristianos” deben vivir del “alimento celestial”.

«Teniendo en cuenta este ambiente, se comprenderá por qué, precisamente en este tiempo, la adoración de la sagrada hostia, como reconocimiento de la presencia real, venía a ser la señal distintiva más destacada de los auténticos verdaderos cristianos. El culto de adoración de la Eucaristía, que en adelante irá tomando formas múltiples, tiene aquí una de sus raíces más profundas. Por el mismo motivo, el problema de la presencia real vino a colocarse en el primer plano de las discusiones teológicas, y ejerció también una gran influencia en la elaboración del rito de la Misa.

«Por otra parte, las decisiones del Concilio de Letrán [IV: 1215] nos descubren los abusos de que tuvo que ocuparse entonces la Iglesia. El llamado Anónimo de Perusa es a este respecto de una claridad espantosa: sacerdotes que no renovaban al tiempo debido las hostias consagradas, de forma que se las comían los gusanos; o que dejaban a propósito caer a tierra el cuerpo y la sangre del Señor, o metían el Sacramento en cualquier cuarto, y hasta lo dejaban colgado en un árbol del jardin; al visitar a los enfermos, se dejaban allí la píxide y se iban a la taberna; daban la comunión a los pecadores públicos y se la negaban a gentes de buena fama; celebraban la santa Misa llevando una vida de escándalo público», etc. (Temi spirituali, Biblioteca Francescana, Milán 1967, 281-282; +D. Elcid, Clara de Asís, BAC pop. 31, Madrid 1986, 193-195).

San Francisco de Asís

San Francisco de Asís

Frente a tales degradaciones, se producen en esta época grandes avances de la devoción eucarística. Entre otros muchos, podemos considerar el testimonio impresionante de san Francisco de Asís (1182-1226). Poco antes de morir, en su Testamento, pide a todos sus hermanos que participen siempre de la inmensa veneración que él profesa hacia la Eucaristía y los sacerdotes:

«Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares preciosos» (10-11; +Admoniciones 1: El Cuerpo del Señor).

Esta devoción eucarística, tan fuerte en el mundo franciscano, también marca una huella muy profunda, que dura hasta nuestros días, en la espiritualidad de las clarisas. En la Vida de santa Clara (+1253), escrita muy pronto por el franciscano Tomás de Celano (hacia 1255), se refiere un precioso milagro eucarístico. Asediada la ciudad de Asís por un ejército invasor de sarracenos, son éstos puestos en fuga en el convento de San Damián por la virgen Clara:

«Ésta, impávido el corazón, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos». De la misma cajita le asegura la voz del Señor: “yo siempre os defenderé”, y los enemigos, llenos de pánico, se dispersan» (Legenda santæ Claræ 21).

La iconografía tradicional representa a Santa Clara de Asís con una custodia en la mano.

VII. Santa Juliana de Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi

El profundo sentimiento cristocéntrico, tan característico de esta fase de la Edad Media, no puede menos de orientar el corazón de los fieles hacia el Cristo glorioso, oculto y manifiesto en la Eucaristía, donde está realmente presente. Así lo hemos comprobado en el ejemplo de franciscanos y clarisas. Es ahora, efectivamente, hacia el 1200, cuando, por obra del Espíritu Santo, la devoción al Cristo de la Eucaristía va a desarrollarse en el pueblo cristiano con nuevos impulsos decisivos.

Relieve de madera policromado de la Santa. Iglesia de Allgäu, Ravensburg (Alemania)

Relieve de madera policromado de la Santa. Iglesia de Allgäu, Ravensburg (Alemania)

A partir del año 1208, el Señor se aparece a santa Juliana (1193-1258), primera abadesa agustina de Mont-Cornillon, junto a Lieja. Esta religiosa es una enamorada de la Eucaristía, que, incluso físicamente, encuentra en el pan del cielo su único alimento. El Señor inspira a santa Juliana la institución de una fiesta litúrgica en honor del Santísimo Sacramento. Por ella los fieles se fortalecen en el amor a Jesucristo, expían los pecados y desprecios que se cometen con frecuencia contra la Eucaristía, y al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica las agresiones sacrílegas cometidas contra el Sacramento por cátaros, valdenses, petrobrusianos, seguidores de Amaury de Bène, y tantos otros.

Bajo el influjo de estas visiones, el obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, instituye en 1246 la fiesta del Corpus. Hugo de Saint-Cher, dominico, cardenal legado para Alemania, extiende la fiesta a todo el territorio de su legación. Y poco después, en 1264, el papa Urbano IV, antiguo arcediano de Lieja, que tiene en gran estima a la santa abadesa Juliana, extiende esta solemnidad litúrgica a toda la Iglesia latina mediante la bula Transiturus. Esta carta magna del culto eucarístico es un himno a la presencia de Cristo en el Sacramento y al amor inmenso del Redentor, que se hace nuestro pan espiritual.

Es de notar que en esta Bula romana se indican ya los fines del culto eucarístico que más adelante serán señalados por Trento, por la Mediator Dei de Pío XII o por los documentos pontificios más recientes: 1) reparación, «para confundir la maldad e insensatez de los herejes»; 2) alabanza, «para que clero y pueblo, alegrándose juntos, alcen cantos de alabanza»; 3) servicio, «al servicio de Cristo»; 4) adoración y contemplación, «adorar, venerar, dar culto, glorificar, amar y abrazar el Sacramento excelentísimo»; 5) anticipación del cielo, «para que, pasado el curso de esta vida, se les conceda como premio» (DSp IV, 1961, 1644).

La nueva devoción, sin embargo, ya en la misma Lieja, halla al principio no pocas oposiciones. El cabildo catedralicio, por ejemplo, estima que ya basta la Misa diaria para honrar el cuerpo eucarístico de Cristo. De hecho, por un serie de factores adversos, la bula de 1264 permanece durante cincuenta años como letra muerta.

Prevalece, sin embargo, la voluntad del Señor, y la fiesta del Corpus va siendo aceptada en muchos lugares: Venecia, 1295; Wurtzburgo, 1298; Amiens, 1306; la orden del Carmen, 1306; etc. Los títulos que recibe en los libros litúrgicos son significativos: dies o festivitas eucharistiæ, festivitas Sacramenti, festum, dies, sollemnitas corporis o de corpore domini nostri Iesu Christi, festum Corporis Christi, Corpus Christi, Corpus…

El concilio de Vienne, finalmente, en 1314, renueva la bula de Urbano IV. Diócesis y órdenes religiosas aceptan la fiesta del Corpus, y ya para 1324 es celebrada en todo el mundo cristiano.

VIII. Celebración del Corpus y exposiciones del Santísimo

La celebración del Corpus implica ya en el siglo XIII una procesión solemne, en la que se realiza una «exposición ambulante del Sacramento» (Olivar 195). Y de ella van derivando otras procesiones con el Santísimo, por ejemplo, para bendecir los campos, para realizar determinadas rogativas, etc.

Por otra parte, «esta presencia palpable, visible, de Dios, esta inmediatez de su presencia, objeto singular de adoración, produjo un impacto muy notable en la mentalidad cristiana occidental e introdujo nuevas formas de piedad, exigiendo rituales nuevos y creando la literatura piadosa correspondiente. En el siglo XIV se practicaba ya la exposición solemne y se bendecía con el Santísimo. Es el tiempo en que se crearon los altares y las capillas del santísimo Sacramento» (Id. 196).

Las exposiciones mayores se van implantando en el siglo XV, y siempre la patria de ellas «es la Europa central. Alemania, Escandinavia y los Países Bajos fueron los centros de difusión de las prácticas eucarísticas, en general» (Id. 197). Al principio, colocado sobre el altar el Sacramento, es adorado en silencio. Poco a poco va desarrollándose un ritual de estas adoraciones, con cantos propios, como el Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine, muy popular, en el que tan bellamente se une la devoción eucarística con la mariana.

La exposición del Santísimo recibe una acogida popular tan entusiasta que ya hacia 1500 muchas iglesias la practican todos los domingos, normalmente después del rezo de las vísperas -tradición que hoy perdura, por ejemplo, en los monasterios benedictinos de la congregación de Solesmes-. La costumbre, y también la mayoría de los rituales, prescribe arrodillarse en la presencia del Santísimo.

En los comienzos, el Santísimo se mantenía velado tanto en las procesiones como en las exposiciones eucarísticas. Pero la costumbre y la disciplina de la Iglesia van disponiendo ya en el siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo «in cristallo» o «in pixide cristalina».

IX. Las Cofradías eucarísticas

Con el fin de que nunca cese el culto de fe, amor y agradecimiento a Cristo, presente en la Eucaristía, nacen las Cofradías del Santísimo Sacramento, que «se desarrollan antes, incluso, que la festividad del Corpus Christi. La de los Penitentes grises, en Avignon se inicia en 1226, con el fin de reparar los sacrilegios de los albigenses; y sin duda no es la primera» (Bertaud 1632). Con unos u otros nombres y modalidades, las Cofradías Eucarísticas se extienden ya a fin del siglo XIII por la mayor parte de Europa.

Estas Cofradías aseguran la adoración eucarística, la reparación por las ofensas y desprecios contra el Sacramento, el acompañamiento del Santísimo cuando es llevado a los enfermos o en procesión, el cuidado de los altares y capillas del Santísimo, etc.

Todas estas hermandades, centradas en la Eucaristía, son agregadas en una archicofradía del Santísimo Sacramento por Paulo III en la Bula Dominus noster Jesus Cristus, en 1539, y tienen un influjo muy grande y benéfico en la vida espiritual del pueblo cristiano. Algunas, como la Compañía del Santísimo Sacramento, fundada en París en 1630, llegaron a formar escuelas completas de vida espiritual para los laicos.

1710. Nicolas de Largillière. Luis XIV y sus herederos

1710. Nicolas de Largillière. Luis XIV y sus herederos

Su fundador fue el Duque de Ventadour, casado con María Luisa de Luxemburgo. En 1629, ella ingresa en el Carmelo y él toma el camino del sacerdocio (E. Levesque, DSp II, 1301-1305).

Las Asociaciones y Obras eucarísticas se multiplican en los últimos siglos: la Guardia de Honor, la Hora Santa, los Jueves sacerdotales, la Cruzada eucarística, etc.

Atención especial merece hoy, por su difusión casi universal en la Iglesia Católica, la Adoración Nocturna. Aunque tiene varios precedentes, como más tarde veremos, en su forma actual procede de la asociación iniciada en París por Hermann Cohen el 6 de diciembre de 1848, hace, pues, ciento cincuenta años.

X. La piedad eucarística en el pueblo católico

Los últimos ocho siglos de la historia de la Iglesia suponen en los fieles católicos un crescendo notable en la devoción a Cristo, presente en la Eucaristía.

En efecto, a partir del siglo XIII, como hemos visto, la devoción al Sacramento se va difundiendo más y más en el pueblo cristiano, haciéndose una parte integrante de la piedad católica común. Los predicadores, los párrocos en sus comunidades, las Cofradías del Santísimo Sacramento, impulsan con fuerza ese desarrollo devocional.

En el crecimiento de la piedad eucarística tiene también una gran importancia la doctrina del concilio de Trento sobre la veneración debida al Sacramento (Dz 882. 878. 888/1649. 1643-1644. 1656). Por ella se renuevan devociones antiguas y se impulsan otras nuevas.

La adoración eucarística de las Cuarenta horas, por ejemplo, tiene su origen en Roma, en el siglo XIII. Esta costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por el pecado -cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro-, recibe en Milán durante el siglo XVI un gran impulso a través de San Antonio María Zaccaria (+1539) y de San Carlos Borromeo después (+1584). Clemente VIII, en 1592, fija las normas para su realización. Y Urbano VIII (+1644) extiende esta práctica a toda la Iglesia.

La procesión eucarística de «la Minerva», que solía realizarse en las parroquias los terceros domingos de cada mes, procede de la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva.

Procesión durante el Corpus Christi de Toledo, a la altura de Zocodover

Procesión durante el Corpus Christi de Toledo, a la altura de Zocodover

Las devociones eucarísticas, que hemos visto nacer en centro Europa, arraigan de modo muy especial en España, donde adquieren expresiones de gran riqueza estética y popular, como los seises de Sevilla o el Corpus famoso de Toledo. Y de España pasan a Hispanoamérica, donde reciben formas extremadamente variadas y originales, tanto en el arte como en el folclore religioso: capillas barrocas del Santísimo, procesiones festivas, exposiciones monumentales, bailes y cantos, poesías y obras de teatro en honor de la Eucaristía.

El culto a la Eucaristía fuera de la Misa llega, en fin, a integrar la piedad común del pueblo cristiano. Muchos fieles practican diariamente la visita al Santísimo. En las parroquias, con el rosario, viene a ser común la Hora santa, la exposición del Santísimo diaria o semanal, por ejemplo, en los Jueves eucarísticos.

El arraigo devocional de las visitas al Santísimo puede comprobarse por la abundantísima literatura piadosa que ocasiona. Por ejemplo, entre los primeros escritos de san Alfonso María de Ligorio (+1787) está Visite al SS. Sacramento e a Maria SS.ma, de 1745. En vida del santo este librito alcanza 80 ediciones y es traducido a casi todas las lenguas europeas. Posteriormente ha tenido más de 2.000 ediciones y reimpresiones.

En los siglos modernos, hasta hoy, la piedad eucarística cumple una función providencial de la máxima importancia: confirmando diariamente la fe de los católicos en la amorosa presencia real de Jesús resucitado, les sirve de ayuda decisiva para vencer la frialdad del jansenismo, las tentaciones deistas de un iluminismo desencarnado o la actual horizontalidad inmanentista de un secularismo generalizado.

XI. Congregaciones religiosas

Institutos especialmente centrados en la veneración de la Eucaristía hay muy antiguos, como los monjes blancos o hermanos del Santo Sacramento, fundados en 1328 por el cisterciense Andrés de Paolo. Pero estas fundaciones se producen sobre todo a partir del siglo XVII, y llegan a su mayor número en el siglo XIX.

«No es exagerado decir que el conjunto de las congregaciones fundadas en el siglo XIX -adoratrices, educadoras o misioneras- profesa un culto especial a la Eucaristía: adoración perpetua, largas horas de adoración común o individual, ejercicios de devoción ante el Santísimo Sacramento expuesto, etc.» (Bertaud 1633).

Pierre-Julien Eymard, apóstol de la Eucaristía

Pierre-Julien Eymard, apóstol de la Eucaristía

Recordaremos aquí únicamente, a modo de ejemplo, a los Sacerdotes y a las Siervas del Santísimo Sacramento, fundados por san Pedro-Julián Eymard (+1868) en 1856 y 1858, dedicados al apostolado eucarístico y a la adoración perpetua. Y a las Adoratrices, siervas del Santísimo Sacramento y de la caridad, fundadas en 1859 por santa Micaela María del Santísimo Sacramento (+1865), que escribe en una ocasión:

«Estando en la guardia del Santísimo… me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias que desde los Sagrarios derrama sobre la tierra, y además sobre cada individuo, según la disposición de cada uno… y como que las despide de Sí en favor de los que las buscan» (Autobiografía 36,9).

Es en estos años, en 1848, como ya vimos, cuando Hermann Cohen inicia en París la Adoración Nocturna.

En el siglo XX son también muchos los institutos que nacen con una acentuada devoción eucarística. En España, por ejemplo, podemos recordar los fundados por el venerable Manuel González, obispo (1887-1940): las Marías de los Sagrarios, las Misioneras eucarísticas de Nazaret, etc. En Francia, los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, derivados de Charles de Foucauld (1858-1916) y de René Voillaume. También las Misioneras de la Caridad, fundadas por la madre Teresa de Calcuta, se caracterizan por la profundidad de su piedad eucarística. En éstos y en otros muchos institutos, la Misa y la adoración del Santísimo forman el centro vivificante de cada día.

XII. Congresos eucarísticos

Émile Tamisier (1843-1910), siendo novicia, deja las Siervas del Santísimo Sacramento para promover en el siglo la devoción eucarística. Lo intenta primero en forma de peregrinaciones, y más tarde en la de congresos. Éstos serán diocesanos, regionales o internacionales. El primer congreso eucarístico internacional se celebra en Lille en 1881, y desde entonces se han seguido celebrando ininterrumpidamente hasta nuestros días.

XIII. La piedad eucarística en otras confesiones cristianas

Representación del Concilio de Trento

Representación del Concilio de Trento

Ya hemos aludido a algunas posiciones antieucarísticas producidas entre los siglos IX y XIII. Pues bien, en la primera mitad del siglo XVI resurge la cuestión con los protestantes y por eso el concilio de Trento, en 1551, se ve obligado a reafirmar la fe católica frente a ellos, que la niegan:

«Si alguno dijere que, acabada la consagración de la Eucaristía, no se debe adorar con culto de latría, aun externo, a Cristo, unigénito Hijo de Dios, y que por tanto no se le debe venerar con peculiar celebración de fiesta, ni llevándosele solemnemente en procesión, según laudable y universal rito y costumbre de la santa Iglesia, o que no debe ser públicamente expuesto para ser adorado, y que sus adoradores son idólatras, sea anatema» (Dz 888/1656).

El anglicanismo, sin embargo, reconoce en sus comienzos la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y aunque pronto sufre en este tema influjos luteranos y calvinistas, conserva siempre más o menos, especialmente en su tendencia tradicional, un cierto culto de adoración (Bertaud 1635). El acuerdo anglicano-católico sobre la teología eucarística, de septiembre de 1971, es un testimonio de esta proximidad doctrinal («Phase» 12, 1972, 310-315). En todo caso, el mundo protestante actual, en su conjunto, sigue rechazando el culto eucarístico.

En nuestro tiempo, estas posiciones protestantes han afectado a una buena parte de los llamados católicos progresistas, haciendo necesaria la encíclica Mysterium fidei (1965) de Pablo VI:

En referencia a la Eucaristía, no se puede «insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental como si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni se puede tampoco discutir sobre el misterio de la transustanciación sin referirse a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la que habla el concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que llaman transignificación y transfinalización. Como tampoco se puede proponer y aceptar la opinión de que en las hostias consagradas, que quedan después de celebrado el santo sacrificio, ya no se halla presente nuestro Señor Jesucristo» (4).

Las Iglesias de Oriente, en fin, todas ellas, promueven en sus liturgias un sentido muy profundo de adoración de Cristo en la misma celebración del Misterio sagrado. Pero fuera de la Misa, el culto eucarístico no ha sido asumido por las Iglesias orientales separadas de Roma, que permanecen fijas en lo que fueron usos universales durante el primer milenio cristiano. Sí en cambio por las Iglesias orientales que viven la comunión católica (+Mysterium fidei 41). En ellas, incluso, hay también institutos religiosos especialmente destinados a esta devoción, como las Hermanas eucarísticas de Salónica (Bertaud 1634-1635).

XIV. Frutos de la piedad eucarística

El desarrollo de la piedad eucarística ha producido en la Iglesia inmensos frutos espirituales. Los ha producido en la vida interior y mística de todos los santos; por citar algunos: Juan de Ávila, Teresa, Ignacio, Pascual Bailón, María de la Encarnación, Margarita María, Pablo de la Cruz, Eymard, Micaela, Antonio María Claret, Foucauld, Teresa de Calcuta, etc. Ellos, con todo el pueblo cristiano, contemplando a Jesús en la Eucaristía, han experimentado qué verdad es lo que dice la Escritura: «contemplad al Señor y quedaréis radiantes» (Sal 33,6).

misteriumfidei

Pero la devoción eucarística ha producido también otros maravillosos frutos, que se dan en la suscitación de vocaciones sacerdotales y religiosas, en la educación cristiana de los niños, en la piedad de los laicos y de las familias, en la promoción de obras apostólicas o asistenciales, y en todos los otros campos de la vida cristiana. Es, pues, una espiritualidad de inmensa fecundidad. «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7,20).

Hoy, por ejemplo, en Francia, los movimientos laicales con más vitalidad, y aquellos que más vocaciones sacerdotales y religiosas suscitan, como Emmanuel, se caracterizan por su profunda piedad eucarística.

En las Comunidades de las Bienaventuranzas, concretamente, compuestas en su mayor parte por laicos, se practica la adoración continua todo el día. Iniciadas hacia 1975, reunen hoy unos 1.200 miembros en unas 70 comunidades, que están distribuidas por todo el mundo. Y recordemos también la Orden de los laicos consagrados (Angot, Las casas de adoración).

XV. Doctrinas Erróneas

Fuente Julio Cesar Fernández García

Son muchos también los autores y defensores de variadas doctrinas erróneas sobre la Eucaristía y la Transustanciación a lo largo de los tiempos.

Uno de los que más enredaron fue BERENGARIO DE TOURS nacido en la ciudad francesa que le aporta el apellido en el 999 o 1000 (murió en 1088). Estudió en Chartres con Fulberto. Tuvo muchos discípulos.

En 1047 mantuvo una polémica con Lanfranco de Pavía sobre la naturaleza de la Eucaristía. Para Berengario no existe ni ocurre ninguna transformación, por lo que fue condenado en el Concilio de Vercely en el año 1050.

A causa de las sucesivas reafirmaciones de sus tesis, volvió a ser condenado en el Concilio de París de 1051, en el de Tours de 1055, en el de Roma de 1059, de Poitiers en 1075, de Saint Marxent en 1076, otra vez en Roma en 1078 y en el de Burdeos de 1080.

Por orden del papa Gregorio VII se retractó en San Juan de Letrán firmando una profesión de fe; al año siguiente se reafirmó en ella por lo que el papa recomendó que nadie le llamara “hereje”, aunque a su regreso volvió a las andadas con sus errores; como consecuencia del Concilio de Burdeos de 1080, hizo una retractación final, retirándose a la isla de San Cosme, donde murió en 1088, dentro de la Iglesia.

Las tesis de Berengario están recogidas en “De Sacra Cœna Adversus Lanfrancum Liber Posterior

WYCLIF fue un teólogo radical inglés (1320-1384). Maestro en Oxford. Párroco. Manejó a los predicadores pobres, “lolardos”, pro domo sua.

La condenación explícita de las doctrinas de Wyclif, incluida la de la consustanciación de la Eucaristía se llevaron a cabo en el Concilio de Constanza en 1415; en 1428 sus restos fueron exhumados, quemados y esparcidos sobre las aguas del Swift.

JAN  HUS reformador religioso checo (Bohemia 1369 – Constanza 1415). Teólogo y sacerdote, fue rector de la universidad de Praga.

Compartió muchas ideas con el teólogo radical y reformador inglés Wyclif. Fue apoyado por un gran número de checos, siendo excomulgado por primera vez en el año 1411 y por segunda en 1412. Acudió, citado, al concilio de Constanza en 1414 pero el emperador Segismundo, que antes le había apoyado, permitió que le apedrearan y le sometieran a juicio. Condenado por herejía, se negó a retractarse y fue quemado vivo el 6 de julio de 1415. Sus partidarios, los husitas, provocaron una guerra nacional checa y JAN HUS pasó a ser considerado como un patriota y un mártir de la fe en Bohemia.

ECOLAMPADIO fue un reformador suizo-alemán (1462-1531) que disputó en Marburgo, en 1529, diferencias ideológicas. Tuvo divergencias con Lutero. Sobre la Eucaristía defendía una interpretación alegórica sobre la palabra cuerpo.

LUTERO, MARTÍN, 1483-1546. Teólogo y reformador protestante alemán.  Estudió en Magdeburgo y Eisenach. Ordenado sacerdote en 1507 se licenció en teología. Agustino. El 31 de octubre de 1517 fijó en las puertas de la Iglesia del castillo de Wittemberg sus  95 tesis redactadas en latín.

El luteranismo favorecido por los príncipes alemanes que se unieron contra el emperador en la liga de Smalkalda, 1531, se difundió por toda Europa, dando origen a otros movimientos reformadores como los de Zuinglio y Calvino.

El luteranismo es un movimiento religioso a diferencia del calvinismo que es un sistema teológico.

En 1520 Lutero publicó los tres grandes escritos reformadores, base de las iglesias luteranas; en el segundo, en latín, identifica al pontífice romano como el Anticristo, rechaza varios sacramentos y niega el carácter sacrificial de la misa. De este libelo, que tuvo gran difusión sacó el Concilio de Trento la mayor parte de proposiciones condenadas, pero es en el tercero en el que sustituye la doctrina de la Transustanciación por la de consustanciación.

En 1521 fue citado ante la Dieta imperial, en Worms, donde rehusó retractarse  siendo protegido por Federico de Sajonia quien le hospedó en su castillo de Wartburg. En 1522 defendió sus doctrinas contra Karlstadt, Münzet y los anabaptistas que rechazaban entre otras cosas, el bautismo de los niños. Luego, 1524, publicó su catecismo.

ZUINGLIO fue un reformador suizo (1484-1531). Estudió en Viena. Canónigo en Zurich desde donde empezó a atacar las leyes de la Iglesia Católica. Rehusó el magisterio de Roma y habló con desprecio del papa. Tuvo relación con Erasmo y quiso establecer en Zurich una verdadera teocracia, incluso por la fuerza de las armas, pero chocó contra los cantones católicos. Tuvo deferencias ideológicas con Lutero. Defiende, entre otras cosas contrarias a los católicos, que la Cena es sólo una conmemoración.

KARLSTADT  teólogo alemán (1486 – 1541). Fue amenazado de excomunión por León X. En 1521 llevó a cabo un servicio reformado de comunión que defendía usar ropas corrientes, copa y pan corrientes dando a todos vino. Se aprobaron en principio algunos cambios que más tarde fueron otra vez refutados.

CALVINO, JUAN (Picardía 1509 – Ginebra 1564). En 1533 trabajó en manifiestos a favor de la Reforma. Su doctrina sobre la Predestinación fue llevada hasta sus últimas consecuencias.

Estudió griego, hebreo y teología bajo la dirección del luterano Melchior Wolmar lo que contribuyó a inclinarle hacia la Reforma. Su padre murió excomulgado en 1531 por no haber presentado cuentas al cabildo desde 1527.

Hubo un manifiesto en forma de discurso a favor de la Reforma en 1533 desde el cual su vida se convirtió en la de un fugitivo ocultándose de la Inquisición y predicando la nueva doctrina.  Entre otros se le opusieron los discípulos de  Zuinglio.

En 1534 se vio envuelto en el caso de los pasquines contra la misa, en París, por lo que emigró a Ginebra. En 1541 organizó esta nueva Iglesia y para imponer sus ideas no dudó en utilizar la fuerza.

De 1542 a 1546 hizo desterrar a 76 descontentos y ejecutar a otros 58. El 28 de octubre de 1553, condenó a la hoguera al español Miguel Servet (médico y teólogo – Tudela, Navarra  o Villanueva de Sigena, Huesca, 1511 – Ginebra 1553), debido a su particular animadversión y a la publicación de su “Cristianismo restitutio”, donde Miguel explicaba su doctrina sobre la Santísima Trinidad. Miguel Servet fue quemado vivo en Champel, cerca de Ginebra.