La Sagrada Forma de El Escorial

Fuente Alfonso Muñoz-Cobo y Bengoa

El monasterio de San Lorenzo de El Escorial, ofrece un fenómeno singular conocido desde el siglo XVI y que ha sido responsable indirecto de muchas de las intervenciones dirigidas a enriquecer la sacristía de su basílica, precisamente por alojar la Sagrada Forma que da nombre a ese fenómeno.

El hecho

A finales de Julio de 1572, algunos seguidores del reformador Zwinglio, irrumpieron en la iglesia católica de Gorkum (o Gorinchem), población a unos 55 km al sureste de La Haya (Holanda) en ese momento bajo los dominios del Rey de España, Felipe II. Su odio a todo lo católico les impulsó a apoderarse de una hostia consagrada, que sacaron del viril o del copón en que se guardaba (no disponemos de más datos, para saber si era una ordinaria o se destinaba a Exposición).

Uno de los profanadores la arrojó al suelo, y la pisoteó abriendo en ella tres orificios con los clavos de su calzado, de los que brotó sangre. Sangre que aún hoy se observa claramente en los bordes de los orificios, aunque seca y con un color desvaído por el paso del tiempo. Turbado por el hecho, uno de los profanadores acudió a dar cuenta al rector de la iglesia, Juan van der Delft, que recogiendo la misma huyó de la ciudad junto con el profanador.

El itinerario

Ambos se pusieron a salvo en Malinas, bajo protectorado español, en un convento franciscano de la ciudad. Por cierto que el profanador, arrepentido, se convirtió al catolicismo, y al poco ingresó en el convento con el hábito franciscano. La Sagrada Forma, que se conservaba y veneraba allí, debió abandonar Malinas en 1572, cuando cayó en manos de los sublevados.

Se trasladó a Amberes, donde se estimó lo más adecuado encomendar su custodia a Andrés de Horst, persona de fe y plena confianza, vigilada por los franciscanos. Pasó después , por medio de Fernando Weimar, capitán del ejército del emperador de Austria, a Viena (hacia 1579-1580). La historia llega a oídos de Adam Dietrichstein, consejero del emperador, y su esposa, Margarita de Cardona, que porfió hasta que le fue regalada. Al enviudar Doña Margarita, se trasladó a Praga, donde ya empezó a considerar enviársela a Felipe II. Finalmente lo hizo así a través de su hija, la marquesa de Navarrés, que residía en España. Ella hizo autentificar el contenido de la caja que la custodiaba, haciendo levantar la oportuna acta notarial, de la que existe abundante detalle, así como de una ulterior comprobación realizada por Ceasar Speciano, obispo de Cremona y Nuncio Apostólico en la corte del emperador Rodolfo II.

Llegada al Monasterio

Tras la entrega de la Sagrada Forma en 1594, el Rey la enviaría al Monasterio. No obstante lo primero que hizo, dadas las supercherías y falsificaciones propias de la época, nombró una junta para analizar los documentos y el hecho en sí. Se ordenó una nueva investigación en los Países Bajos, y mientras la Sagrada Forma fue a parar al relicario de la Anunciación, que la guardaría hasta finales del siglo XVII.

En otoño de 1676, el último rey de los Austrias, Carlos II, visita el Escorial, y al conocer la historia de la Sagrada Forma solicita un lugar más digno. Finalmente sería responsable de la ubicación en la custodia llamada de la caja del reloj (regalo de su tío Leopoldo I de Alemania), y de la construcción del nuevo altar de la sacristía. La Sagrada Forma sería trasladada en solemne procesión a este emplazamiento, desde el relicario, el 19 de octubre de 1684.

Este acto, que celebraba además acontecimientos bélicos, fue presidido por el rey, acompañado de su familia y los nobles de su corte y cámara, además de toda la comunidad de monjes jerónimos, colegiales y niños. Este es el momento que recoge el lienzo comisionado por el rey a Claudio Coello, pintor de corte, que preside hoy día la sala de la sacristía en su altar y retablo.

Tan impresionado quedó el rey por los actos, que mandó construir un camarín con transparente para la exhibición futura de la Sagrada Forma; mientras su construcción tuvo lugar, se trasladó al tabernáculo de la capilla mayor de la Basílica, donde estuvo los seis años que duró la obra, hasta 1690.

Ubicación actual

En la magnificencia de la sacristía, cuyos detalles no vamos a describir, la custodia con la Sagrada Forma está oculta por el cuadro de Claudio Coello, que cuando llegan las fechas de la veneración y ostensión al público, se desliza por unas guías hacia abajo dejándola al descubierto (de ahí el nombre de transparente).

La custodia actual que soporta el viril con la Sagrada Forma fue regalada y es conocida como de los PP. Agustinos, y se encuentra dentro de un templete que le sirve de marco, llamado de Isabel II, que sustituye al original realizado en tiempos de Carlos II, y desaparecido en la invasión francesa.

El culto público

Desde 1692 se han concedido como fiestas de veneración a la Sagrada Forma los días 29 de septiembre, festividad de San Miguel, y el 28 de octubre, festividad de San Simón y San Judas, con las indulgencias oportunas. La Sagrada Forma ha sido parte esencial de la vida e historia de este Monasterio, de la fe de sus moradores, custodios, visitantes e incluso profanadores.

Las pruebas documentales

Los hechos que vamos a relatar están documentados por sendos legados originales, ambos en latín, que se custodian en el archivo de la sacristía del Real Monasterio. El primero es un acta levantada en Amberes, el 24 de Agosto de 1579, por Juan van der Delft, a petición de Andrés de Horst, firmado por dos testigos, canónigos de Gante y Bruselas. Relata el hecho de la profanación.

El segundo documento, redactado por Guillermo Breuner, en Praga, , en casa de Doña Margarita de Cardona, con fecha 15 de Octubre de 1592. Relata las gestiones llevadas a cabo por Doña Margarita para hacerse con la reliquia y las vicisitudes  sufridas por la misma hasta llegar a su posesión.

Conclusión

Son muchos los detalles conocidos y estudiados al respecto, desde detalles históricos de períodos concretos, hasta un estudio mucho más detallado de la importancia artística del entorno que rodea a la Sagrada Forma, testimonio de la veneración y culto que se le ha dispensado con el curso de los siglos, tanto por reyes como por el pueblo llano, y desde luego las comunidades religiosas que han cuidado y custodiado la Sagrada Forma a lo largo de su historia.